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La abuela de Navarra

Ángeles Álava ya ha visto nacer a cuatro generaciones de su familia, es madre, abuela, bisabuela y tatarabuela. “Soy de todo ya”, comenta entre risas. Con sus 107 años dice: “Me he quedado como la más vieja de Navarra, hasta tendrían que subirme la pensión”.


Con su escasa vista y un álbum de fotos apoyado en sus piernas, recuerda momentos del pasado. También hay algunos recortes del Diario de Navarra que hablan sobre ella. “Ángeles Álava celebra su cien cumpleaños”, lee en un titular. Ángeles nació el 3 de agosto de 1910 en la casa de los Corralazos, en Cascante. Sólo ha salido de España una vez, a Roma. De joven le gustaba bailar y beber moscatel, aunque confiesa que no podía costearlo. Trabajó desde pequeña en el campo, recogiendo olivas y “lo que había”. Allí conoció a sus amigas y a Martín, quien luego sería su esposo. Martín tenía novia, pero su padre le convenció para dejarle y conquistar a Ángeles: “Mi suegro decía que yo valía más que ninguna”. Se casó con él con 22 años. La boda se celebró a las 6 de la mañana, luego desayunaron y se fueron a trabajar. Tuvieron dos hijas: Rosario y Carmen, asegura que tener dos chicas fue la mejor experiencia de su vida.


No había para comer


Ángeles fue la mayor de tres hermanos. Los otros dos ya fallecieron, uno a los 90 y otro a los 88. Sus padres fueron Agustina y Feliciano, quien sufrió un ictus que le dejó paralítico a los 40 años, terminó muriendo a los 80. Ángeles tenía cuatro años cuando empezó la Primera Guerra Mundial, 26 cuando empezó la Guerra Civil Española y 29 cuando empezó la Segunda Guerra Mundial. De la Guerra Civil Española recuerda que “no había ni para comer”, sus dos hermanos fueron y permanecieron movilizados al acabar. Su esposo no fue porque para ese entonces ya le habían amputado la pierna debido a un tumor. “Si no, también hubiese ido”, aclara.


Martín falleció a los 63 años por un cáncer de garganta. Ángeles evoca que su esposo era cariñoso y que su enfermedad fue muy complicada, pero que no fue difícil quedarse viuda. “No había más remedio”, cuenta. La única enfermedad que ha tenido Ángeles en su vida ha sido sarampión, culpable de que perdiera la visión de su ojo izquierdo.


Cuando se quedó sola, se entretenía con el ganchillo. Elaboró siete cubiertas de cama con algodón y el último trabajo que hizo fue un mantel para el altar de la Virgen. Tuvo que dejarlo hace nueve años porque perdió la visión de su ojo derecho. Tras someterse a una operación, recuperó una parte de la visión del ojo izquierdo, “por el que no había podido ver desde pequeña”, recalca su hija Carmen.


Su presente


Ángeles es una mujer de carácter fuerte y parca en palabras. Aunque le cuesta oír y ver, puede andar, mantener conversaciones y recordar cosas antiguas. Apenas toma una pastilla para la tensión, mientras que su hija Carmen, de 83 años, toma diecisiete: para el colesterol, las convulsiones, la circulación, la digestión, la depresión, entre otras.


Actualmente, vive con su hija Carmen, quien le cuida y está pendiente de ella; y con su nieto Rafael, de 57 años. Su hija Rosario vive en Logroño y le llama todos los domingos. Ángeles se levanta todos los días a las 9:30 de la mañana y desayuna un café con leche. A las 10:30, pasa una furgoneta de la Cruz Roja para buscarla e ir al Aula de Respiro o, como ella le llama, “la escuela”. Allí las personas mayores hacen ejercicios de caligrafía, lectura, manualidades, pinturas y concursos. A las 13:30 vuelve a casa y almuerza lo que le prepara su hija. Después de comer, se sienta en el sofá, pone la tele y ve “lo que hay”, aunque su hija Carmen le contradice y asegura que prefiere Tele 5: “Le gusta el cotilleo”. No echa la siesta y cena cosas ligeras. A las 18:00 se va a la cama porque ya está muy cansada: “Hay que tener mis años para saberlo”.


El cuarto de Ángeles tiene una gran ventana que ilumina con luz natural la habitación, donde llaman la atención dos cosas: su cama inclinada y muchos pañales. La cama es normal, pero su hija la inclinó con unos almohadones “porque el corazón ya lo tiene muy cansado”. En cuanto a los pañales, el médico obligó a Ángeles a usarlos porque se levantaba tres y cuatro veces al baño durante la noche sin encender la luz. “Puede ser muy peligroso”, comenta Carmen.


Carmen comenta que su madre está más delgada, que tiene la piel más finita y que en el invierno le duelen las rodillas. A pesar de los años, Ángeles está muy bien y vive su vida normalmente. Nunca ha sido nerviosa, le gustan las flores, no se pone cremas ni bebe agua. Es creyente, no va a misa pero la oye por la tele y una vez al mes van a darle la comunión. Ángeles no parece tenerle miedo a la muerte. Carmen agrega que, de todas maneras, “la unción de enfermos ya se la dieron”. Ángeles está tranquila: “No me falta nada”. Lo único que quiere es que le visiten de vez en cuando. No se imaginaba que llegaría a los 107 años y asegura que no sabe cuál es el secreto. O quizá no lo quiere revelar…



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